Alhué, el libro, se supone que no comenta sobre la localidad del mismo nombre, sino que otra llamada Talagante. Es una novela bastante breve. En ella describe sus calles, sus gentes, la vida en el pueblo, y muestra entre cada una de sus líneas el paso quedo de sus habitantes, el silencio de sus calles de tierra, la inmovilidad social de sus habitantes. En aquella época, ir a Talagante significaba viajar ya sea en auto (o carreta) por varias horas, o incluso creo que tomar un tren en algún momento. Ahora está justo ahí, a la vuelta de la esquina. La ciudad ha ido atrayéndolo, acortado la distancia que había entre ambos. En sus calles hay condominios donde familias repletas se mueven casi a la misma velocidad de quienes vivimos en la ciudad misma, pero cuando José Santos vivió ahí era el paradigma de provincia. Hoy, un viaje en auto, por la autopista por la que se accede, no queda a más de treinta minutos. Es otra vida.